- El Imperativo de la Decencia
María Jaramillo Alanís
En Tamaulipas, la política parece haber alcanzado un punto de desgaste donde la ética y la responsabilidad se ven cada vez más opacadas por los intereses personales. Lo que estamos presenciando es una crisis de valores y decencia en la política pública. Los más recientes episodios en la Legislatura y en algunos gobiernos municipales, reflejan el deterioro del compromiso con la ciudadanía.
Uno de los ejemplos más ilustrativos es la serie de eventos protagonizados por personajes como los diputados del PAN, quienes han convertido el espacio legislativo en un teatro del absurdo.
La reciente propuesta de rendir protesta vía Zoom por parte de Ismael García Cabeza de Vaca, -hermano del ex gobernador prófugo-, no sólo es una burla a las instituciones, sino un claro ejemplo de la falta de seriedad con la que se maneja la política en partidos como el PAN.
¿Cómo puede un legislador pretender ejercer su cargo sin ni siquiera tener la dignidad de presentarse físicamente a rendir protesta? Este tipo de acciones ponen de manifiesto el desprecio por los procesos democráticos y la responsabilidad que conlleva ser un representante del pueblo.
Otro botón de muestra: Carlos Peña Ortiz, un político que ha sabido nadar entre el azul, guinda y verde, es decir en las aguas partidistas que él y su madre Maki Ortiz, les conviene. Ellos son otro ejemplo de cómo las siglas se han vuelto irrelevantes frente al oportunismo.
Aunque hoy ondean la bandera de morena, sus actos delatan que sus verdaderos intereses están alineados con aquellos a los que dice oponerse.
Es evidente que la política en Tamaulipas ha dejado de ser un espacio de debate ideológico para convertirse en un terreno de juego para aquellos que solo buscan beneficio personal, y esto se refleja en su constante defensa de figuras que carecen de la legitimidad moral para liderar.
Reynosa se enfrenta a grandes desafíos, no solo por su rápido crecimiento económico, sino también por la presencia de grupos delictivos que ejercen un control preocupante en diversas áreas.
Sin embargo, su alcalde, parece más ocupado en proteger intereses personales y en defender a figuras cuestionadas, en lugar de enfocarse en atender las necesidades de una ciudad que requiere liderazgo firme y honesto.
Es urgente que se le recuerde a este alcalde y a todos los que ocupan cargos públicos que su primera obligación es con la ciudadanía, no con sus apetitos políticos ni con la defensa de personajes de dudosa trayectoria, como Ismael García Cabeza de Vaca y Gerardo Peña.
Apenas ayer el Congreso dio un paso importante hacia la restauración de su autonomía, al reformar el artículo 65 de la Constitución de Tamaulipas, eliminando la necesidad de aval por parte de los ayuntamientos para aprobar reformas constitucionales.
Esto, en teoría, debería fortalecer el poder legislativo, devolviéndole la capacidad de decidir sin ataduras. Sin embargo, cabe cuestionarse si esta autonomía será utilizada para el bien común o seguirá estando a merced de los mismos intereses que han dañado la confianza pública en las instituciones.
Es aquí donde el Congreso debe alzar la voz y ejercer su papel de contrapeso. Los diputados de Reynosa y de otras zonas deben recordar que tienen el poder de fiscalizar y exigir rendición de cuentas a los gobiernos locales.
La ciudadanía no merece ver cómo sus representantes en lugar de señalar las conductas erráticas, terminan protegiendo y perpetuando las mismas prácticas corruptas que tanto daño le han hecho a Tamaulipas.
El futuro de Tamaulipas depende de que la clase política comprenda que la confianza pública es un recurso finito, y que su mal uso solo conducirá a un mayor distanciamiento entre los ciudadanos y sus instituciones.
Si los responsables no comienzan a actuar con el decoro y la integridad que exige su cargo, será inevitable un colapso en la legitimidad del sistema. Y ese colapso, en un estado con tantos retos por delante, es un lujo que no podemos permitirnos.
Hoy más que nunca, Tamaulipas necesita una clase política que ponga el bienestar del estado por encima de todo, una clase política que entienda que gobernar es un honor, no un derecho adquirido en el supermercado.
De lo contrario, seguiremos en un ciclo interminable de decepciones, donde el único perdedor será, como siempre, el pueblo.
Desde Mi Trinchera Vietnamita, más Janambre que nunca.