Por María Jaramillo Alanís
Los incendios forestales en Tamaulipas no solo están devorando pastizales y zonas boscosas; también están consumiendo la tranquilidad de miles de familias. Lo verdaderamente alarmante no es solo la magnitud de los siniestros, sino la sospecha de que estos fueron provocados con intenciones perversas.
La simultaneidad de los incendios en siete municipios levanta sospechas legítimas. No es coincidencia que, en un solo día y en horarios similares, el fuego haya aparecido en distintos puntos de la entidad.
Ante esta situación, el gobernador Américo Villarreal Anaya ha ordenado una investigación para esclarecer su origen. Y hace bien. No solo se trata de combatir el fuego con helicópteros y brigadas, sino de identificar a quienes podrían estar detrás de estos hechos.
La calle habla y señala. En la plaza pública, en redes sociales, en los corrillos políticos, el nombre de la “pandilla de Vaca” resuena como la posible responsable.
No sería la primera vez que intentan sembrar caos para vender la idea de que “Tamaulipas está en llamas” y que hay “ingobernabilidad”. El guion es viejo y predecible: generar miedo, manipular la percepción pública y debilitar al gobierno en turno.
Sin embargo, hay una línea que no puede cruzarse: Jugar con el fuego es jugar con vidas humanas. Estos incendios no solo han causado daños materiales, sino que han puesto en riesgo a comunidades enteras. Si se confirma que fueron provocados con fines políticos, estaríamos ante un acto criminal de enorme gravedad.
Es urgente que las investigaciones avancen con rapidez y que se castigue a los responsables. No se trata de simples quemas agrícolas descontroladas. Aquí hay una intencionalidad que debe desenmascararse. El mensaje del gobierno es claro: Tamaulipas no será rehén de quienes pretenden incendiarlo por conveniencia política.
Porque el fuego se apaga, pero la memoria no.
Desde Mi Trinchera Vietnamita, más Janambre que nunca.
