Del Puente Roto a La Esperanza

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María Jaramillo Alanís

En tiempos donde la desconfianza ciudadana hacia las instituciones parece haberse vuelto costumbre, gestos de cumplimiento como el del gobernador Américo Villarreal Anaya no solo se celebran: se reivindican. La inauguración del puente “La Esperanza”, antes conocido como el “Puente Roto”, no es solo una obra de infraestructura, sino un acto de justicia y responsabilidad política.

Durante más de una década, esta obra permaneció como símbolo del abandono, de las promesas rotas y de la falta de visión de gobiernos anteriores. Hoy, el mismo puente se transforma en emblema de voluntad política, de gestión efectiva y de transformación verdadera, como lo ha promovido esta administración desde sus primeros días.

La historia del puente La Esperanza comenzó con gestiones realizadas por Villarreal Anaya desde su posición como senador.

Pero lo verdaderamente destacable es que, ya en funciones como gobernador, no soltó la causa ni se lavó las manos: asumió el reto, concretó la inversión y entregó resultados.

A través de una acción coordinada con el Gobierno Federal y la Administración del Sistema  Portuario Nacional (ASIPONA) y con la intervención técnica final de la Secretaría de Obras Públicas estatal, se culminó una obra largamente esperada con una inversión de casi  los 300 millones de pesos.

Más allá de los datos técnicos –900 metros de longitud, carriles amplios, altura estratégica para tránsito pesado– el puente La Esperanza conecta más que puntos geográficos: une a una ciudadanía con un gobierno que cumple. Mejora la movilidad, pero también restablece la confianza. Representa una apuesta por el desarrollo logístico e industrial de la región sur de Tamaulipas y sienta precedente de lo que debe ser la gestión pública: cercana, concreta y transformadora.

La coincidencia con el inicio del periodo vacacional de Semana Santa no podría ser más oportuna: justo cuando miles de personas se trasladan por las carreteras del sur del estado, el gobierno entrega una solución tangible, útil y esperada.

Y cada obra entregada fortalece un mensaje que no debe perderse: cuando los gobiernos cumplen, la esperanza deja de ser un anhelo y se convierte en un puente hacia el futuro.

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