Niños de la calle

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Golpe a golpe

Por Juan Sánchez Mendoza

Hay en todo México millas de niños que su día, hoy, celebran en la calle y sortean la muerte por el cruel olvido de la sociedad –amén del abandono de sus padres o la fatalidad de no tenerlos–, pero esto es claro reflejo de la miseria humana por su indolencia o incapacidad de reintegrarlos como parte importante que son de nuestro conglomerado.

En casa y fuera de ésta, se suele festejar a los hijos con regalos, pasteles, paseos, cariños; pero poco se atreven a ir al rescate de los niños de la calle. Por egoísmo o, lo que es peor, falta de humanismo.

Cuando hablamos de los niños que en la calle buscan sobrevivir, por lo regular caemos en el error de generalizar nuestros conceptos.

Y es que habitualmente no atinamos a razonar, ni siquiera, las diferencias de identidad que existen entre ellos mismos; como tampoco hemos sido capaces de entender que, frente ante esta sociedad a la que pertenecen y los rechaza sistemáticamente, su número crece y se multiplica dando vida a un fenómeno que ya ha rebasado incluso a las autoridades encargadas de su rehabilitación tanto educativa como familiar, como se ha demostrado estadísticamente.

Los menores de edad que en la calle buscan techo y comida –ya no amor, pues ésta es una palabra ajena a su vocabulario y entorno–, en gran porcentaje son niños y en menor estadística adolescentes emanados de estratos sociales con mayor carencia económica, cuya personalidad individualista y deformación emocional los orilla a incorporarse a clanes delictivos en sus comunidades, al tiempo que les impide cualquier intento unipersonal de reincorporarse a su familia ya la sociedad, por la simple y sencilla razón de que nada de ello les interesa, como quizás ellos tampoco le interesan a las autoridades en sus tres niveles de Gobierno.

El medio ambiente en que los niños nacen, crecen y se desarrollan (por un lado) y la división de sus hogares (por el otro), hacen que los niños de la calle se rebelen ante las normas establecidas; que adoptan estereotipos de protesta extra estatal y se ligan a doctrinas encontradas a través de frases filosóficas y símbolos que, en fondo, nunca logran comprender.

•Definición social

A los menores que en la calle fincan sus esperanzas de vida, la sociedad misma los ha definido como seres inferiores, ladrones, drogadictos, bravucones, alcohólicos, irrespetuosos y abusivos… cuando menos.

Pero ellos, en lo particular, se autodefinen como niños marginados, activos, cuya energía está dirigida a la acción, a la aventura, al peligro.

Es decir, les gusta el riesgo, la incertidumbre y viven amenazados por la muerte. Su educación la obtienen en la calle, broncas y uno que otro ‘pasón’; en los atracos, redadas, torturas sicológicas y físicas y en el sexo.

Algunos estudiosos de este fenómeno han dicho:

“Son niños y adolescentes desubicados tanto emocionalmente como en el aspecto familiar. Su reacción es natural, ya que no se les han brindado espacios suficientes donde poder reencontrarse. Igual carecen de guías morales para poder entender el lado bueno de la vida. No son malos, sino rebeldes”.

Sin embargo, esos menores marginados, a decir de algunos terapeutas consultados para este análisis, son seres humanos resentidos socialmente.

Están descorazonados, desprotegidos; su preparación académica o laboral es mínima regularmente. Y no entienden más leyes que las de la propia calle.

•La prolifera

En diferentes municipios de la entidad estatal se ha detectado que los niños de la calle cada día son más y que en muchos casos son de extracción clase media; menores que abandonan sus hogares por el deterioro familiar, en tanto que los surgidos de las clases bajas son resultado de la pobreza, marginación, desintegración de sus familias y falta de identidad.

Por tanto, nos encontramos con que los niños que en la calle viven son consecuencia de los siguientes factores: a) problemas sicológicos, b) situación socioeconómica yc) emigración, según refieren investigadores.

En el primer caso (y sin pretender encasillarlos), podríamos ubicar a los menores de edad que en la calle limpian parabrisas y carrocerías, venden chicles, tragan petróleo, hacen malabares y posan sus espaldas sobre vidrios despedazados; en el segundo, a los jovenzuelos que no conocen otro ambiente que el de los cinturones de miseria; y, en el tercero, a los que abandonaron sus lugares de origen para establecerse en conglomerados carentes de servicios públicos.

En cuanto a los menores de edad que en la calle acrecientan el fenómeno en comentario, ellos mismos han dicho que nada se le puede exigir a un huerco que ha sido educado a golpes; que vive en zonas donde la muerte prevalece y prácticamente no existe la vida; donde hay una sociedad podrida que apesta con todo y su agua potable, pues ellos han vivido ahí, exactamente, donde el hambre y la ignorancia no ofrecen ninguna expectativa de vida.

Sobre todo, porque en las zonas con mayor marginación social –que regularmente jamás visitan los funcionarios públicos–, habitan menores que como guía social sólo conocen la violencia, el robo y la miseria.

En cuanto a valores morales, ellos mismos han respondido así a preguntas de sociólogos: “¿El amor?, ¿qué es eso?

Con todo y lo anteriormente comentado, hoy habrá festejos a granel por el Día del Niño.

Y los menos que podemos hacer por ellos es regalarles una sonrisa.

Correo electrónico: [email protected]

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