María Jaramillo Alanís
El PRI de Tamaulipas dice estar en “recuperación”. Lo afirma su dirigente estatal, Bruno Díaz, con una solemnidad que raya en la comedia involuntaria. Afirma que los errores del partido tienen “nombre y apellido”, como si nombrar a Tomás Yarrington y expulsarlo fuera suficiente para absolver a todo un aparato que durante años se benefició de su poder y silencio.
Pero si de errores hablamos, ¿cuándo hará el PRI un verdadero acto de contrición por haber entregado el poder al PAN como quien concede una concesión sexenal? Porque no fue derrota: fue claudicación. Una rendición pactada, disfrazada de alternancia, en la que los viejos priistas se reciclaron con gorras azules y se prestaron a un juego donde Tamaulipas pagó el precio más alto: el del miedo, la violencia y el asesinato político.
Rodolfo Torre Cantú es hoy un recuerdo tan doloroso como incómodo. Aquel crimen, jamás esclarecido del todo, fue aprovechado políticamente por quienes debían ser aliados. Egidio, su hermano, fue colocado como sustituto —como si se tratara de una herencia familiar, no de una candidatura de Estado— y terminó siendo uno de los símbolos del colapso moral del PRI. Su gobierno fue gris, mudo y entreguista. Y aun así, nadie en el partido tuvo el valor de hacer una reflexión profunda tras la debacle.
Perdieron el poder, pero jamás asumieron la responsabilidad. En vez de hacer autocrítica, se sumergieron en el pantano: se aliaron con quienes los vencieron, se reciclaron en otras franquicias políticas, y dejaron al priismo tamaulipeco reducido a una diputada solitaria —Mercedes del Carmen Guillén— que, por más tablas que tenga, no puede disimular el naufragio.
Hoy, Bruno Díaz intenta presentarse como el líder de una “nueva era”. Pero esa “nueva era” huele a pasado rancio, a los mismos discursos, las mismas culpas deslindadas, las mismas caras que no se fueron del todo. ¿Recuperación? Tal vez. Pero más parece negación, esa peligrosa comodidad de no hacerse cargo de la historia.
En el PRI ni la burla perdonan, pero tampoco perdonan al espejo. Porque si lo hicieran, tendrían que reconocer que el peor enemigo del tricolor ha sido su arrogancia… y su silencio.
Desde Mi Trinchera Vietnamita, más Janambre que nunca.