Por María Jaramillo Alanís
Aún la Comisión de la Verdad sobre la Guerra Sucia no termina de contar a los desaparecidos y asesinados por los Figueroa, y ya la gobernadora Evelyn Salgado les rinde homenaje. Con flores, discursos y un despliegue oficial, intenta lavar con gestos lo que la historia no absuelve: la represión, el miedo y la sangre que tiñeron a Guerrero bajo el yugo de los Figueroa.
Honrar al verdugo no es un error protocolario: es una provocación a la memoria. Es traicionar la lucha de los campesinos, los estudiantes, los maestros y los activistas que cayeron por atreverse a desafiar al poder. Evelyn Salgado no sólo ha normalizado esa desmemoria, sino que parece disfrutarla.

Mientras tanto, la pobreza sigue golpeando con brutalidad a los pueblos de la Costa Chica y la Costa Grande. Ahí donde el hambre y la desigualdad son el pan de cada día, la gobernadora se ocupa más de su vestuario y de los elogios que cosecha en redes sociales que de atender las necesidades básicas de los guerrerenses. Gobernar, para ella, parece un ejercicio de imagen más que de convicción.
El homenaje a Rubén Figueroa Figueroa y la presencia de su hijo, Rubén Figueroa Alcocer, responsable político de la masacre de Aguas Blancas, son una afrenta directa a las víctimas de la violencia de Estado. La compañía de viejos priistas como Héctor Vicario Castrejón solo confirma que, en Guerrero, los rostros cambian, pero el poder conserva las mismas mañas, los mismos silencios y las mismas complicidades.
Y el silencio del gobierno ante las críticas es tan grave como el homenaje mismo. Ni Evelyn ni su padre, Félix Salgado Macedonio, recordaron aquella promesa de campaña de retirar el apellido “Figueroa” del municipio de Huitzuco. Promesa olvidada, como tantas otras que se evaporan entre los intereses de grupo y el maquillaje de la simulación.

La Cuarta Transformación en Guerrero se ha convertido en una versión remozada del viejo régimen: más pendiente del aplauso que de la justicia, más cercana a los caciques que al pueblo. Si esto es lo que llaman transformación, estamos frente a un espejo empañado de la historia.
Y que sirva de advertencia: ojalá en otros gobiernos morenistas no se repita la afrenta. No vaya a ser que un día, con la misma desmemoria, se les ocurra homenajear a Gustavo Díaz Ordaz…
Desde Mi Trinchera…



