Daniela Plata Flores / En primera persona
La violencia digital contra las mujeres dejó de ser una anomalía y ahora es parte cotidiana del mundo virtual. A veces se presenta como opinión, broma o crítica legítima, pero en el fondo mantiene un propósito arcaico y evidente: limitar la presencia pública de las mujeres y atacar a quienes se atreven a hablar desde la autonomía y la libertad.
El espacio digital, que pudo ser una herramienta para democratizar la palabra, hoy se utiliza también para silenciarnos. Allí se despliegan amenazas sexualizadas, campañas de desprestigio, difusión no consentida de datos personales, montajes y manipulación de imágenes. La agresión digital amplifica el riesgo físico y tiene efectos concretos en el cuerpo y en la vida cotidiana: ansiedad constante, autocensura, miedo a opinar, temor por la seguridad familiar, desgaste emocional y, en los peores escenarios, feminicidio.
ONU Mujeres estima que una proporción significativa de mujeres ha enfrentado violencia digital en el mundo; y que este riesgo se intensifica para quienes tienen presencia pública: cerca del 73% de las mujeres periodistas y figuras visibles han sufrido agresiones en línea. Esto confirma que la violencia digital no es un desliz ocasional, sino una práctica estructural que actúa como un freno a la participación plena de las mujeres en la vida democrática y social.
Es alarmante que muchas de estas agresiones queden impunes. La denuncia digital rara vez obtiene una respuesta adecuada. Las plataformas aplican criterios ambiguos y las autoridades reaccionan tarde o simplemente no reaccionan.
Esa impunidad se convierte en mensaje: puedes amenazar, humillar o difamar a una mujer y probablemente no tendrá consecuencias. Ese incentivo social alimenta una cultura en la que el cuerpo de la mujer, su privacidad, su historia y su reputación siguen siendo objetos disponibles para la denigración pública.
Es significativo que, en el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, la presidenta Claudia Sheinbaum —quien ha sido blanco reiterado de ataques digitales mucho antes de asumir su mandato— subrayara la urgencia de contar con medidas más eficaces para combatir la violencia digital contra las mujeres. Todas, en mayor o menor medida, hemos vivido esta violencia, pero las mujeres que habitamos el espacio público —periodistas, activistas, comunicadoras, políticas, creadoras de contenido— la enfrentamos con dureza potenciada por la visibilidad.
La violencia digital no es menos violencia por no dejar moretones. La palabra también hiere. La amenaza también paraliza. La humillación también mata proyectos, oportunidades, carreras y vocaciones.
Mientras la misoginia digital sea normalizada, nuestra sociedad seguirá aceptando que el silencio de las mujeres es un precio razonable para mantener la comodidad de otros. Y yo no creo que ese sea el pacto al que debamos resignarnos.
Coordinadora de la Red de Periodistas con Visión de Género Victoria
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